domingo, 26 de abril de 2009

CRÍTICA: EL ROSTRO DEL DOLOR (sobre La teta asustada)


La teta asustada, una película que nos muestra que la herida de la guerra sigue abierta.

Escribe: José Alberto Soriano (Periodista, Huancayo)

Madeinusa y La teta asustada se parecen. En ambas, Claudia Llosa (Lima, 1976) crea una ficción a partir de pequeñas realidades; en ambas, la protagonista busca librarse de un trauma que arrastra desde su propia familia; en ambas se muestran rituales propios del ande. Sin embargo, el segundo largometraje de la cineasta peruana de 32 años es más logrado, más sólido, posee una mejor narrativa y, sobre todo, es poderosamente visual y sentimental.

La teta asustada es la historia de dolor de Fausta (Magaly Solier) que, en apariencia, empieza con la muerte de su madre, pero no. El dolor nace antes de su nacimiento, desde su concepción, cuando terroristas (¿o militares?) abusan sexualmente de su madre en estado de gestación. El inicio de la cinta es notable: mientras el plano se mantiene a oscuras, un canto en quechua de la anciana en agonía nos cuenta, con furia y dolor, lo que ha sucedido y pide a su hija que cante con ella para sopesar su pena y dejar de “apestar a tristeza”. Entonces, el encuadre se abre y nos sitúa en un ambiente costeño, en un asentamiento humano en medio del desierto en el que habitan miles de migrantes serranos que, seguramente, han escapado del nefasto terrorismo. Ella vive alojada en casa de su tío cuya familia se dedica a organizar bodas. Ahí, nos convertimos en testigos tácitos de su pesar y acompañamos a Fausta en su deseo de enterrar a su progenitora y en su resistencia de desenterrar el susto adquirido cuando era amamantada y que le ha provocado insertar una papa en su vagina para protegerse de un potencial violador. “El asco se combate con asco”.

The milk of sorrow (La leche del dolor), como se le conoce a nivel internacional, es un film técnicamente sencillo pero rico en su simbología. Se nota un cuidado especial de Llosa en la construcción de los encuadres, aparentemente simples. Casi todo lo visto en la pantalla tiene una connotación que enriquece la línea afligida de la historia así como el uso importante de elipsis (recurso narrativo fílmico que omite fragmentos de una acción).

Fausta lleva el dolor en su rostro, nunca la vemos sonreír, siempre está triste, es triste. Las imágenes lo muestran con claridad: su tristeza la reprime, le crea miedos, la enferma, la aísla, la separa, la bloquea, la obstina. El tiempo transcurre y el dolor se hace inherente, parece natural, sin fastidio ni efectos. Pero la necesidad de conseguir dinero para llevar a su madre, que yace en su habitación como fardo funerario envuelto en una manta de bayeta, la llevará a trabajar en casa de una pianista. Allí conoce a Noé, el jardinero de la casa que funge de terapeuta, pues maneja el mismo código de la temerosa Fausta, el mismo lenguaje.

Otro elemento resaltante en la producción hispano-peruana es la música. Es el retrato adecuado de la sociedad en que se enmarca el relato visual. Escuchamos a Los Destellos, Los Pakines, La Sarita y a Magaly Solier con sus temas propios que ya fueron lanzados al mercado con el disco Warmi (Mujer). En esta realidad, creada por la directora, también aparecen hechos verídicos: los matrimonios masivos y sus festejos, las costumbres cotidianas de familias serranas asentadas en la costa y los ritos prenupciales de familias andinas (no es necesario ir muy lejos para ver cómo prueban la habilidad de las novias al pelar una papa y medir su preparación al matrimonio).

Fausta se aferra al cuerpo de su madre. No puede sepultarla, no tiene los medios. Será por ello que nunca dejamos de cargar a nuestros muertos. Por eso, accede a la oferta de su patrona, en sequía creativa, de cantar a cambio de una perla. En paralelo, la relación con el jardinero pierde miedo. Fausta ya no recoge margaritas del jardín sino camelias, pero reclama a la ausente papa. Luego de un exitoso concierto, la pianista nota que la fuente (copia) de su inspiración no le es más útil y decide deshacerse de ella. Esto provoca en la joven, en un primer momento, turbación; pero podría ser el primer paso para perder su enfermedad que la ha tenido “sin alma” y que la liberará cuando escape sola en busca de su tesoro de sirena.

La marca que Magaly Solier lleva en el ojo derecho es como el recuerdo indeleble de los peruanos por la guerra interna: no la vemos sino en nuestros reflejos. Mejor ¡takysun, takysun! (cantemos) para olvidar como Fausta, o como el piano que está roto pero sigue cantando, caminando pegados a la pared para que las almas no nos lleven.

Finalmente, La teta asustada es una película contra la impunidad que, según la misma Claudia Llosa, “muestra que la herida de la guerra sigue abierta”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

buen comentario, la estan pasando en huancayo??

Anónimo dijo...

Acabo de revisar el blog y esta muy interesante, es lo mejor de la region centro hasta el momento. Soy de Huancayo pero radico en Lima hace años y me alegra que se haga este trabajo desde allá, bien por ustedes, isgan asi. Comento ene sta entrada porque me ha parecido muy bueno, yo vi la pelicula aqui y el comentario de acertado. Deben postear mas notas culturales de la region. Suerte!

Mario Gutierres Falconí

Anónimo dijo...

Buen comentario, bien estrcuturado y un abuena redaccion, solo te diria qtrates de usar menos comas. Muy bien, tunchis!!

Piere